Ellos se querían. Estaban totalmente enamorados. Disfrutaban abrazándose en las noches caraqueñas. Seguros de quererse, seguros de amarse tanto. Cada sobredosis de ternura era un puñal envuelto en pétalos de rosas. Los besos que se daban eran intensos besos de amor. Cálidos intercambios de aire y saliva y sinceridad, eran la acumulación de los que otros nunca hemos recibido y buscamos toda la vida. Se querían. Estaban totalmente enamorados. Las caricias de ella eran fruto de la experiencia. Los movimientos de su mano al recorrerle a él eran el resultado de muchos intentos fallidos y de muchas veces haber decolorado al príncipe azul. Al atardecer. Esos eran ella y él, mucho amor entre basura y restos de soledad.
Se querían. Estaban totalmente enamorados. Las caricias de él eran fruto de la experiencia adquirida en mil burdeles del internet. Los movimientos indescriptibles que sus dedos dibujaban sobre su amada eran el resultado de mil vídeos de 10 minutos de duración. Al amanecer se fundían en pasión. Los juegos de lengua con que él la lamía eran maniobras mil veces practicadas en su imaginación, perfeccionadas en noches de locura junto a chicas de nombres inventados. Las cadencias respiratorias de ella no eran otra cosa que ritmos vitales igualmente perfeccionados con el paso del tiempo. Se querían. Se amaban.
Todos estudiábamos en la misma Universidad. Ellos se conocían demasiado bien para no odiarse dulcemente. Las mentiras y las verdades. En el fondo de todas las mentiras se encontraba la gran verdad. La verdad que duele como un disparo, como un golpe en el estómago. Como el sonido de un partido de fútbol desde las gradas. Pero se querían. Estaban totalmente enamorados. Eran una pareja de esas que lleva mucho tiempo junta. Una pareja endeudada, derrotada mucho antes de llegar a los 40. Su amor era puro y perfecto. Cada noche, cuando la película tocaba a su fin, se iban a la cama. Solían hacerlo entonces, enamorados.
Una noche decidieron ser sinceros porque ese era uno de los requisitos del amor. Una noche jugaron al juego más peligroso, el juego de la realidad, al juego de la verdad, en el que el más fuerte ganara sin que el opositor supiese que se esperaba de él. La policía encontró dos cuerpos a la mañana siguiente. Ella había ocultado su pistola bajo el colchón. Él, un cuchillo bajo la almohada. Ambos se habían herido uno al otro. La policía los encontró sonriendo, con sus rostros congelados, sonreían en medio de un baño de amor y sangre.
Entre basura y restos de soledad…
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