Yo observaba cómo ella bailaba con
gracia, con esos pasos livianos, desarticulados y armoniosos, como los de una
marioneta.
- Huele mi perfume. Me dijo llevando mi cara a su
cuello.
- Es dulce, le dije.
Bailábamos en la oscuridad de esa noche rara.
-Estoy triste, me confesó sin soltar el ritmo
arbitrario de sus movimientos.
-¿Por qué?, le pregunté con un intento de mirarla a
los ojos.
-Mi perfume favorito lo descontinuaron. Ya no lo van a
vender más. Me decía mientras bailaba. Era una tragedia. Ella ya no iba a poder dejarse oler
como quería.
-¿Cuánto de perfume te queda?
-Unas goticas. Serás uno de los últimos que lo vas a
poder oler en mi piel.
Y siguió desprendiendo su olor en la pista de baile
entre pasos cándidos y despistados.
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